martes, 20 de enero de 2015

La Necesidad del aprendizaje de las lenguas originales





Erasmo escribió en el Prefacio a su Testamento Griego: “Estas santas páginas reúnen una imagen viva de Su Mente. Ellas te darán a Cristo mismo hablando, sanando, muriendo, resucitando, el Cristo mismo en una sola palabra. Ellas te darán una intimidad tan cercana que El podría ser menos visible a ti si El estuviera delante de tus ojos”

A. T. Robertson, un distinguido erudito del Griego, escribió en su Prefacio a la tercera edición de “Una Gramática del Nuevo Testamento Griego a la Luz de la Investigación Histórica” “El Nuevo Testamento Griego es el Nuevo Testamento. Todo lo demás es traducción. Jesús nos habla desde cada página del Griego. Para obtener estas palabras de Jesús vale la pena todo esfuerzo en emprender el estudio de la gramática y seguir hasta el final”.

Martín Lutero, en el año 1524 escribió:

“En la medida que amemos el evangelio, pongamos un fuerte énfasis sobre los idiomas. Pues no fue sin razón que Dios escribió las Escrituras en dos idiomas (primarios), el Antiguo Testamento en Hebreo y el Nuevo Testamento en griego. Aquellos idiomas que Dios no despreció, sino mas bien que los escogió sobre todos los demás para su Palabra, son los idiomas que también deberíamos honrar sobre todos los demás. Es un pecado y una vergüenza que no aprendamos los idiomas de nuestro Libro”.

En las palabras de estos eruditos podemos ver la respuesta a la pregunta de ¿por que es necesario aprender las lenguas Griegas y Hebreas en las que se escribieron las Escrituras? No es el mero amor al conocimiento lo que nos mueve al estudio de estas lenguas, sino el sincero amor a la Palabra de Dios y a su divino autor.

Consideremos por unos momentos las premisas de nuestro estudio.

Primeramente, debemos considerar que la revelación de Dios al hombre fue dada de una forma soberana usando primeramente la revelación oral y de esta transmisión oral pasó a una transmisión escrita mediante el uso de las herramientas del lenguaje humano y de las lenguas vernáculas habladas en el momento que dicha revelación fue dada. Esas lenguas fueron el hebreo y el arameo en el Antiguo Testamento (incluyendo algunas porciones en caldeo) y el Griego junto con algunos latinismos en el Nuevo Testamento. Estas lenguas “muertas” sellaron la revelación ya que un idioma vivo está continuamente cambiando y transformándose mientras que las lenguas Bíblicas quedaron selladas en el tiempo para evitar cambios que podrían influenciar en el significado último de la revelación.

En segundo lugar, debemos considerar que esa revelación fue acompañada de la inspiración verbal y plenaria de las Escrituras. Es decir no solo las ideas, sino también las palabras fueron dadas por Dios mismo mediante el proceso de la inspiración y redacción de los oráculos divinos. Son muchas las veces que decimos creer en forma dogmática en esta doctrina, pero son pocas las veces que de una forma práctica demostramos lo que creemos. Me explico, si creemos que todas las palabras de la Biblia fueron dadas por Dios en los textos originales y preservados milagrosamente mediante el copiado de dichos textos, debemos también concluir que es nuestro deber conocer esas palabras en su exactitud morfosintáctica, y necesariamente nos obliga a estudiar las lenguas originales de las Escrituras. Decir que creemos en la inspiración verbal y dedicarnos a estudiar solamente las traducciones publicadas en otros idiomas modernos (inglés, Francés, Español, etc.) hace que caigamos no sólo en una contradicción, sino también en un menosprecio de los manuscritos originales que son remplazados por las traducciones. El estudio de los idiomas originales puede verse como el apropiado entendimiento de la doctrina bíblica de la inspiración. Si en realidad creemos que cada palabra en los autógrafos originales fue inspirada por el Santo Espíritu de Dios, entonces ¿no deberíamos estar diligentemente estudiando este mensaje para nosotros en su forma original? Si la Biblia es la Palabra de Dios, y la doctrina de la inspiración bíblica es lo que es, entonces un conocimiento completo del Hebreo, Arameo y Griego bíblico no es un lujo sino una necesidad.

La gran variedad de traducciones y versiones de la Biblia en el mercado y las vergonzosas disputas sobre cual es la “versión inspirada” son pruebas evidentes de este menosprecio de las lenguas originales y del creciente opinionismo que ha tomado el lugar del verdadero estudio, de la humilde erudición, y de la santidad escolástica. A lo largo de los años he tenido que confrontar discusiones infructuosas sobre la defensa o ataque de diferentes versiones tanto españolas como inglesas. Discusiones provenientes de personas que no sólo desconocían las lenguas bíblicas sino incluso llegaban a desconocer las lenguas modernas de las versiones que atacaban. Vendemos la verdad eterna a precio del papel cuando ponemos a un lado nuestra responsabilidad de estudiar los manuscritos para ceder a las presiones mediáticas de las casas de publicación y editoriales que sólo buscan un mercado de ganancias.  

Consideremos también que el conocimiento de los idiomas originales no es patrimonio de una casta selecta o de un grupo de estudiosos elitista. Todo creyente que pueda leer en su idioma pueda usar las abundantes herramientas de aprendizaje de las lenguas originales disponibles hoy. No estoy diciendo que dicho estudio sea fácil o no requiera esfuerzo, todo al contrario. La disciplina, el esfuerzo y cierto nivel de dificultad están siempre involucrados en el proceso de aprendizaje. Pero es solo una cuestión de querer pagar ese precio, de querer esforzarse, de estar motivados para esa labor. Mi primer encuentro con el griego clásico fue a la edad de quince años cuando estudiaba bachillerato. Allí aprendí a leer el griego Ático y a traducir porciones de los escritos clásicos. Yo no era un erudito sino un simple estudiante de bachillerato, pero lo que aprendí hizo aumentar mi interés por la lengua bíblica. Tuve que estudiar los clásicos a la fuerza pero cuanto más valor tiene la palabra de Dios que las palabras cacofónicas de los sofistas griegos. Ese amor a la Palabra debe motivarnos al estudio. He escuchado en repetidas ocasiones que no es necesario conocer el griego para interpretar las Escrituras. La mayoría de veces este comentario procedía de personas que realmente no tenían ningún conocimiento de dicha lengua. Aunque es cierto que cualquier creyente puede leer las Escrituras en su lengua vernácula y ser bendecido por ello, también es bien sabido que cualquier estudio serio de la Palabra de Dios requiere el uso de las herramientas apropiadas de la exégesis. No es posible hacer una presentación, predicación o estudio expositivo de un pasaje de las Escrituras sin conocer un mínimo de griego, o saber usar las herramientas lingüísticas. Quienes defienden la ignorancia como sinónimo de espiritualidad y humildad caen en un grave error y en una ceguera que sólo hace que empujarles a una ignorancia mayor. Se ha producido en medio de nuestros círculos un rechazo al estudio bajo la acusación que el conocimiento produce orgullo, y que los títulos no sirven de nada. Por supuesto estos comentarios siempre han venido de personas sin títulos y sin estudios. Todo hombre que haya dedicado un esfuerzo a seguir una clase, un curso, o una carrera académica llegará a la conclusión que aún le queda mucho que aprender y valorará lo adquirido por la gracia de Dios. La humildad no es sinónimo de ignorancia y el conocimiento no es sinónimo de orgullo, todo lo contrario, he conocido hombres de gran profundidad de conocimiento y pensamiento que mostraban la perla de la humildad y la santidad en sus vidas, también he visto el orgullo crecer en los corazones y mentes de personas sin conocimiento alguno. Creo sinceramente que es deber de todo predicador, maestro bíblico o pastor hacer un esfuerzo por aprender las lenguas originales de las escrituras, dicha experiencia llenará su corazón de humildad al mostrarle el gran tesoro de la revelación escrita de Dios.

Consideremos por último nuestra necesidad espiritual. Los grandes tesoros del mundo no se encuentran en la superficie de la tierra. Para conseguir el oro o los diamantes hay que cavar, hay que ahondar, hay que buscar las pepitas de oro en los rápidos de los ríos montañosos. Detrás de esta ley natural hay una ley espiritual. Los grandes tesoros de nuestra vida cristiana no vienen fácilmente. Son las pruebas, las dificultades lo que nos hace crecer. Es el esfuerzo por estudiar la Palabra de Dios lo que hará que la valoremos más, pues lo que poco nos cuesta, poca importancia le damos. Vale más un poco de algo que nada de algo. Cuando leemos las biografías de los hombres que Dios usó en el pasado y especialmente durante la época misionera del siglo XIX pronto descubriremos que aquellos hombres no solo eran ganadores de almas, sino también grandes lingüistas que produjeron como fruto de su labor misionera libros de gramática, diccionarios y tradujeron las Escrituras desde las lenguas originales a los idiomas del lugar donde se encontraban. Eran tiempos donde conocer el idioma Bíblico era parte de la labor misionera.

¿No son estas consideraciones suficientes para animarnos a empezar nuestro estudio? Mi oración y deseo es que nuestro amor a la Palabra de Dios crezca para que nuestra vida espiritual crezca, para que nuestra relación con el Señor sea más cercana, para que nuestra exposición del tesoro eterno al ser predicado y vivido sea más profundo y enriquecedor. Vale la pena el esfuerzo. Vale la pena pagar el precio. Todo sea por La Palabra de Dios y el Testimonio de Jesucristo.

Dr. Pedro Piñol,


1 comentario:

  1. Muy bueno Dr. Piñol. También el Señor me ha dado un amor por los idiomas originales de la Palabra. Me fascinan. Un abrazo

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