Erasmo escribió en el Prefacio a su Testamento Griego: “Estas santas
páginas reúnen una imagen viva de Su Mente. Ellas te darán a Cristo mismo
hablando, sanando, muriendo, resucitando, el Cristo mismo en una sola palabra.
Ellas te darán una intimidad tan cercana que El podría ser menos visible a ti
si El estuviera delante de tus ojos”
A. T. Robertson, un distinguido erudito del Griego, escribió en su
Prefacio a la tercera edición de “Una Gramática del Nuevo Testamento Griego a
la Luz de la Investigación Histórica” “El Nuevo Testamento Griego es el Nuevo
Testamento. Todo lo demás es traducción. Jesús nos habla desde cada página del
Griego. Para obtener estas palabras de Jesús vale la pena todo esfuerzo en
emprender el estudio de la gramática y seguir hasta el final”.
Martín Lutero, en el año 1524 escribió:
“En la
medida que amemos el evangelio, pongamos un fuerte énfasis sobre los idiomas.
Pues no fue sin razón que Dios escribió las Escrituras en dos idiomas
(primarios), el Antiguo Testamento en Hebreo y el Nuevo Testamento en griego.
Aquellos idiomas que Dios no despreció, sino mas bien que los escogió sobre
todos los demás para su Palabra, son los idiomas que también deberíamos honrar
sobre todos los demás. Es un pecado y una vergüenza que no aprendamos los
idiomas de nuestro Libro”.
En las
palabras de estos eruditos podemos ver la respuesta a la pregunta de ¿por que
es necesario aprender las lenguas Griegas y Hebreas en las que se escribieron las
Escrituras? No es el mero amor al conocimiento lo que nos mueve al estudio de
estas lenguas, sino el sincero amor a la Palabra de Dios y a su divino autor.
Consideremos
por unos momentos las premisas de nuestro estudio.
Primeramente,
debemos considerar que la revelación de Dios al hombre fue dada de una forma
soberana usando primeramente la revelación oral y de esta transmisión oral pasó
a una transmisión escrita mediante el uso de las herramientas del lenguaje
humano y de las lenguas vernáculas habladas en el momento que dicha revelación
fue dada. Esas lenguas fueron el hebreo y el arameo en el Antiguo Testamento
(incluyendo algunas porciones en caldeo) y el Griego junto con algunos
latinismos en el Nuevo Testamento. Estas lenguas “muertas” sellaron la
revelación ya que un idioma vivo está continuamente cambiando y transformándose
mientras que las lenguas Bíblicas quedaron selladas en el tiempo para evitar
cambios que podrían influenciar en el significado último de la revelación.
En segundo lugar, debemos
considerar que esa revelación fue acompañada de la inspiración verbal y
plenaria de las Escrituras. Es decir no solo las ideas, sino también las
palabras fueron dadas por Dios mismo mediante el proceso de la inspiración y
redacción de los oráculos divinos. Son muchas las veces que decimos creer en
forma dogmática en esta doctrina, pero son pocas las veces que de una forma
práctica demostramos lo que creemos. Me explico, si creemos que todas las
palabras de la Biblia fueron dadas por Dios en los textos originales y
preservados milagrosamente mediante el copiado de dichos textos, debemos
también concluir que es nuestro deber conocer esas palabras en su exactitud
morfosintáctica, y necesariamente nos obliga a estudiar las lenguas originales
de las Escrituras. Decir que creemos en la inspiración verbal y dedicarnos a
estudiar solamente las traducciones publicadas en otros idiomas modernos (inglés,
Francés, Español, etc.) hace que caigamos no sólo en una contradicción, sino
también en un menosprecio de los manuscritos originales que son remplazados por
las traducciones. El estudio de los idiomas
originales puede verse como el apropiado entendimiento de la doctrina bíblica
de la inspiración. Si en realidad creemos que cada palabra en los autógrafos
originales fue inspirada por el Santo Espíritu de Dios, entonces ¿no deberíamos
estar diligentemente estudiando este mensaje para nosotros en su forma
original? Si la Biblia es la Palabra de Dios, y la doctrina de la inspiración
bíblica es lo que es, entonces un conocimiento completo del Hebreo, Arameo y
Griego bíblico no es un lujo sino una necesidad.
La gran variedad de traducciones y versiones
de la Biblia en el mercado y las vergonzosas disputas sobre cual es la “versión
inspirada” son pruebas evidentes de este menosprecio de las lenguas originales
y del creciente opinionismo que ha tomado el lugar del verdadero estudio, de la
humilde erudición, y de la santidad escolástica. A lo largo de los años he
tenido que confrontar discusiones infructuosas sobre la defensa o ataque de
diferentes versiones tanto españolas como inglesas. Discusiones provenientes de
personas que no sólo desconocían las lenguas bíblicas sino incluso llegaban a
desconocer las lenguas modernas de las versiones que atacaban. Vendemos la verdad
eterna a precio del papel cuando ponemos a un lado nuestra responsabilidad de
estudiar los manuscritos para ceder a las presiones mediáticas de las casas de
publicación y editoriales que sólo buscan un mercado de ganancias.
Consideremos también que el conocimiento de
los idiomas originales no es patrimonio de una casta selecta o de un grupo de
estudiosos elitista. Todo creyente que pueda leer en su idioma pueda usar las
abundantes herramientas de aprendizaje de las lenguas originales disponibles
hoy. No estoy diciendo que dicho estudio sea fácil o no requiera esfuerzo, todo
al contrario. La disciplina, el esfuerzo y cierto nivel de dificultad están
siempre involucrados en el proceso de aprendizaje. Pero es solo una cuestión de
querer pagar ese precio, de querer esforzarse, de estar motivados para esa
labor. Mi primer encuentro con el griego clásico fue a la edad de quince años
cuando estudiaba bachillerato. Allí aprendí a leer el griego Ático y a traducir
porciones de los escritos clásicos. Yo no era un erudito sino un simple
estudiante de bachillerato, pero lo que aprendí hizo aumentar mi interés por la
lengua bíblica. Tuve que estudiar los clásicos a la fuerza pero cuanto más
valor tiene la palabra de Dios que las palabras cacofónicas de los sofistas
griegos. Ese amor a la Palabra debe motivarnos al estudio. He escuchado en
repetidas ocasiones que no es necesario conocer el griego para interpretar las
Escrituras. La mayoría de veces este comentario procedía de personas que
realmente no tenían ningún conocimiento de dicha lengua. Aunque es cierto que
cualquier creyente puede leer las Escrituras en su lengua vernácula y ser
bendecido por ello, también es bien sabido que cualquier estudio serio de la
Palabra de Dios requiere el uso de las herramientas apropiadas de la exégesis.
No es posible hacer una presentación, predicación o estudio expositivo de un
pasaje de las Escrituras sin conocer un mínimo de griego, o saber usar las
herramientas lingüísticas. Quienes defienden la ignorancia como sinónimo de
espiritualidad y humildad caen en un grave error y en una ceguera que sólo hace
que empujarles a una ignorancia mayor. Se ha producido en medio de nuestros círculos
un rechazo al estudio bajo la acusación que el conocimiento produce orgullo, y
que los títulos no sirven de nada. Por supuesto estos comentarios siempre han
venido de personas sin títulos y sin estudios. Todo hombre que haya dedicado un
esfuerzo a seguir una clase, un curso, o una carrera académica llegará a la
conclusión que aún le queda mucho que aprender y valorará lo adquirido por la
gracia de Dios. La humildad no es sinónimo de ignorancia y el conocimiento no
es sinónimo de orgullo, todo lo contrario, he conocido hombres de gran
profundidad de conocimiento y pensamiento que mostraban la perla de la humildad
y la santidad en sus vidas, también he visto el orgullo crecer en los corazones
y mentes de personas sin conocimiento alguno. Creo sinceramente que es deber de
todo predicador, maestro bíblico o pastor hacer un esfuerzo por aprender las
lenguas originales de las escrituras, dicha experiencia llenará su corazón de
humildad al mostrarle el gran tesoro de la revelación escrita de Dios.
Consideremos por último nuestra necesidad
espiritual. Los grandes tesoros del mundo no se encuentran en la superficie de
la tierra. Para conseguir el oro o los diamantes hay que cavar, hay que
ahondar, hay que buscar las pepitas de oro en los rápidos de los ríos
montañosos. Detrás de esta ley natural hay una ley espiritual. Los grandes
tesoros de nuestra vida cristiana no vienen fácilmente. Son las pruebas, las
dificultades lo que nos hace crecer. Es el esfuerzo por estudiar la Palabra de
Dios lo que hará que la valoremos más, pues lo que poco nos cuesta, poca
importancia le damos. Vale más un poco de algo que nada de algo. Cuando leemos
las biografías de los hombres que Dios usó en el pasado y especialmente durante
la época misionera del siglo XIX pronto descubriremos que aquellos hombres no
solo eran ganadores de almas, sino también grandes lingüistas que produjeron
como fruto de su labor misionera libros de gramática, diccionarios y tradujeron
las Escrituras desde las lenguas originales a los idiomas del lugar donde se
encontraban. Eran tiempos donde conocer el idioma Bíblico era parte de la labor
misionera.
¿No son estas consideraciones suficientes
para animarnos a empezar nuestro estudio? Mi oración y deseo es que nuestro
amor a la Palabra de Dios crezca para que nuestra vida espiritual crezca, para
que nuestra relación con el Señor sea más cercana, para que nuestra exposición
del tesoro eterno al ser predicado y vivido sea más profundo y enriquecedor.
Vale la pena el esfuerzo. Vale la pena pagar el precio. Todo sea por La Palabra de Dios y el Testimonio de
Jesucristo.
Dr.
Pedro Piñol,
Muy bueno Dr. Piñol. También el Señor me ha dado un amor por los idiomas originales de la Palabra. Me fascinan. Un abrazo
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